martes, 27 de marzo de 2007

”No decepcionaré vuestras expectativas...”

por “Benedicto XVI, 22 de noviembre del 2006”
¡Queridos hermanos en el episcopado! ¡Queridos músicos de la Iglesia! Tengo la inmensa alegría de acoger de cada parte de Europa una nutrida representación de músicos comprometidos en el servicio litúrgico. Saludo a todos vosotros que han venido aquí a nombre personal o como testigos calificados de numerosas asociaciones y grupos.
Permítanme dar, por todos, una cordial bienvenida a los jóvenes artistas bávaros, los "Domspatzen" que han enriquecido con decoro las celebraciones que he presidido en la catedral de Ratisbona, y a la presidencia de la “Consociatio Internationalis Musicæ Sacræ”, con la que he colaborado varias veces.
Todos conocen mi pasión por la música y muchos de ustedes conocen quizá las páginas donde he escrito las reflexiones sobre la liturgia y sobre la música durante mi misión de docente universitario y mi ministerio de pastor en Munich y en Roma. Por mi parte he leído con interés, a veces con estupor no disimulado y estremecimiento, algunas páginas que expresaban varios juicios, deseos y temores cuando fui llamado a suceder al amado pontífice y predecesor mío Juan Pablo II.
Siendo hoy obispo de Roma, justamente porque siento una particular propensión por la música, permítanme dirigirme a ustedes con familiaridad y simplicidad, casi diría con la confianza que entre amigos derrumba los recelos y los temores.
Tengo el firme convencimiento que en la Iglesia Católica el compromiso musical es escaso. Lo que ciertamente depende de aspectos musicales, como por ejemplo, puede ser aquí en Italia, el analfabetismo difuso al que son condenados los jóvenes que no encuentran en las instituciones escolares una adecuada ayuda formativa. El problema según mi humilde punto de vista, es sin embargo bastante más grave y trasciende el campo de la música; tiene que ver con todo nuestro continente y el mundo entero.
Donde no hay profundo interés por la música sacra es porque ante todo no hay cuidado con la liturgia. Una difundida infiltración mundana ha trastornado el orden de las cosas y ha favorecido el surgimiento y la difusión de un nefasto convencimiento: la liturgia sería una serie de operaciones culturales hechas por el hombre según los propios gustos individuales, como le gusta, cuando le gusta, si le gusta. Se ha perdido el sentido místico de lo que en la Iglesia y para la vida de la Iglesia ha sido —y todavía es— el "Opus Dei". Es decir, la obra que nosotros realizamos en relación a Dios elevando a Él nuestra oración; pero ante todo —y esto es lo más importante, lo esencial— es lo que el Espíritu de Dios realiza en nuestro corazón y lleva a cabo cuando en la totalidad de nuestra persona somos transfigurados y hechos capaces de dirigirnos a Dios con el dulce apelativo de "abbá", papá.
La liturgia no es un momento que se pueda relativizar en el camino de la fe, que se pueda hacer u omitir según le plazca a uno; ni siquiera puede ser manipulada y trastornada en la búsqueda afanosa de encontrar adhesión y aplauso. La liturgia es un momento privilegiado y único en la historia de la salvación: tiene como protagonista al Señor Jesús que nos llama a seguirlo a través de su vida escondida en Nazaret y la vida pública en los compromisos sociales, en el difundir la buena nueva de las Bienaventuranzas y en el estupor silencioso de la adoración.
La liturgia es antes que nada hacer memoria de la pasión, muerte y resurrección del Señor que ha abierto su corazón, confiando los secretos más íntimos a través de las palabras del Evangelio. Por estos motivos, queridos amigos, vuestra formación de músicos de Iglesia no puede limitarse a las ejercitaciones corales, al estudio del instrumento y a la profundización de las técnicas de composición. También en vuestro itinerario formativo existe una prioridad: una rigurosas y a la vez apasionada toma de contacto con la Palabra de Dios. Este compromiso encuentra un punto de apoyo en el estudio de la vida de la Iglesia y del devenir histórico de los ritos litúrgicos, de su significado teológico y espiritual. Estos conocimientos no deben limitarse a la esfera de un memorismo estéril, sino que son el inicio de un camino hacia la maduración interior que introduce a la sabiduría espiritual, al gusto de las cosas de Dios, a percibir la realidad y el valor de la liturgia en la vida cotidiana.
Pensarán entonces: dentro de poco el Papa nos dirá que debemos cantar sólo el canto gregoriano. Lo diría de modo espontáneo y muy conmovido. Pero me detienen dos consideraciones: la primera, trágica —conozco el peso de esta palabra—, es que poquísimas comunidades estarían hoy en grado de desarrollar de manera digna un programa musical exigente. No se dejen engañar por las apariencias: el canto gregoriano, el que hoy cantamos a una sola voz, es bastante más difícil que cantar en modo creativo. Pienso por otra parte en la línea simple de la salmodia: su ejecución límpida requiere una tensión espiritual y una corrección verbal que se adquieren sólo con un compromiso por largo tiempo en la oración personal y en el canto comunitario. La segunda consideración: el canto gregoriano constituye una experiencia fundamental y todavía actual en la vida de la Iglesia, lo que también puede decirse, en diferente medida, de la polifonía sacra. Pero la vitalidad de la Iglesia, que todavía se manifiesta en el actualizar hoy la experiencia orante del pasado (no porque es del pasado, sino porque nuestros padres han alcanzado un valor de actualidad perenne), exige una sabia composición sinfónica entre "nova et vetera", entre conservar e innovar.
Algunos de ustedes quedarán desilusionados, pero es necesario tomar decisiones cautas y prudentes en este momento particularmente crítico en la vida de la comunidad cristiana. Ella está perdida, confusa, ha perdido o no encuentra precisamente puntos de referencia. No considero oportuno decir que esto o aquello está prohibido. Pienso que las catequesis del magisterio eclesial y las normas del derecho canónico sean ya suficientemente explícitas y claras.
Estoy convencido que la cosa más urgente por hacer sea la recuperación de la identidad cristiana a través de un renovado compromiso espiritual. Músicos de la Iglesia, antes de cantar, tocar y componer cualquier fragmento que sirva para la glorificación de Dios y la santificación de vuestras asambleas, recen, mediten en la Palabra de Dios y en los textos de la sagrada liturgia. Recen.
Háganse espacios de silencio para la adoración, arrodíllense delante de la Eucaristía, concédanse horas de atónita adoración. La renovación de la música sacra exige una profunda piedad que brota de la escucha de la Palabra y de la oración que de ella deriva. Pongamos las bases para un renovado edificio eclesial que se distinga por la belleza y armonía, luminosidad y transparencia. Para que este camino encuentre un impulso concreto y fáctico, quisiera dirigir una apremiante invitación a vosotros, mis queridos hermanos en el episcopado. ¡Cuidad la formación del clero! Ayuden a los seminaristas a volverse ministros de la Palabra de Dios y no fríos burócratas y meros organizadores. Cada uno sea animado a encontrar el tiempo del "otium" necesario para cultivar la lectura que no sirve necesariamente para aprobar los exámenes académicos, pero que son necesarias para la formación integral de la persona: lecturas de textos poéticos, lecturas y escucha de música, lectura de obras de arte pictóricas y escultóricas, lecturas de arquitecturas que dan el sentido de los espacios interiores que se proyectan no hacia lo alto, sino hacia el Altísimo.
Que se cultive en los seminarios la música como descubrimiento y experiencia vivida de inéditas e infinitas vibraciones interiores. Que se cante cada día en modo digno algún fragmento del patrimonio gregoriano, también con la intención de dar a los nuevos pastores de almas el sentido del canto litúrgico. Así ellos adquirirán un sólido criterio de evaluación para acoger en el futuro nuevas composiciones, diferentes en el lenguaje, pero similares en el significado espiritual. No los entretengo más, queridos amigos, pero os aseguro que están presentes en mi corazón.
No decepcionaré vuestras expectativas de una renovación de la música sacra. Espero poder donarles dentro de no muchos meses un documento oficial, quizá una encíclica, o quizá un "motu proprio". Pienso en un texto que afronte en modo positivo y sistemático las cuestiones de la música sacra, una "magna charta" que delinee el universo litúrgico y su música, que proporcione puntos de reflexión teológico-espirituales y claras líneas operativas. ¡Queridos músicos de la Iglesia! Espero volver a encontrarlos pronto colmados de aquella sensibilidad que hace a todos vosotros activos colaboradores en el campo del Señor.
Desterrad concordes la cizaña efímera de la banalidad y de la dejadez, cultivad las flores de la belleza exuberante que expande el perfume del Espíritu. Que vuestras voces sean profecía de la Palabra que anuncia un alba radiante de esperanza en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

martes, 6 de marzo de 2007

Concilio y Música Sagrada

Prólogo de don Alfonso Letelier Llona al libro "Concilio y Música Sagrada" escrito por Monseñor Francisco Valdés Subercaseaux ofm. Cap., Obispo de Osorno y Pdte. De la Comisión Nacional de Liturgia, Publicado en Osorno, en abril de 1966.

PRÓLOGO
Estudiando atentamente el proceso cultural en cuyo seno se generó la monodia cristiana, se desprende naturalmente la conclusión de que, tanto su motivación como el alimento que la nutrió hasta conducida a la cima de su sig­nificación religiosa y musical, lo constituyen una fe religiosa. Una fe religiosa que aparentemente, en forma paradojal, por una parte supedita el pensamiento filosófico (y el científico bien limitado entonces) a los postulados de esa fe, y por otra, le inyecta un dinamismo capaz de lanzarlo, en el curso de su desarrollo, hacia las más audaces aventuras. Para lo primero, para establecer la precedencia de la fe sobre el pensamiento, tiene de sobra con la autoridad inapelable e innumerable del martirio; para lo segundo, para lanzar la inteligencia y la imaginación humana por los ca­minos de un progreso insospechado, propone al hombre, a su corazón y a su cuerpo, la tre­menda posibilidad de hurgar en el infinito de a manera desconocida hasta entonces. Esa fe tuvo un poder de provocar la más vehemente y característica respuesta humana a todo lo que el hombre le es dado expresar.
El Cristianismo como religión hubo de estructurarse no sólo en los órdenes filosófico y moral, sino además en su culto en cuyo seno la música palpitaba como una necesidad de sión más allá de la palabra. "El que jubila, ­dice San Agustín (Jubili se llamaban las vocalizaciones de los Aleluyas), él no pronuncia las palabras, es un canto de alegría sin palabras; es la voz de un alma plena de alegría que expresa tanto como ella puede el sentimien­ to sin comprender el sentido". De allí que la música surgida como expresión de conceptos y vivencias tan extensos como profundos no sólo sea la perfecta interpretación ­del contenido de los textos que canta, sino además posea las condiciones indispensables del arte y de la belleza. Así lo han entendido en otro tiempo los Padres de la Iglesia y los Papas que se ocuparon de la música, desde San Ambrosio, San Hilario de Poitier, San Isidoro de Sevilla, a San Gregario Magno, el gran orde­nador de la liturgia, y de allí hasta nuestros días San Pío X, Pío XII y Pablo VI. Sus disposiciones sobre la música en la Iglesia dejan en claro dos cosas: La reiteración del valor que le asignan al tesoro musical de la Iglesia el Canto Gregoriano y la Polifonía Religiosa surgida de él, y sus cuidados porque la nueva música que venga a enriquecer el culto sea apropiada. Es decir, que responda en lo litúrgico y en lo artístico a las exigencias de los grandes misterios de la fe. Si esto es lo que debe subsistir ante cualquiera otra consideración, como parece lógico, la "puesta al día" de la liturgia en materia de música debe enfocarse con el doble cuidado de que sirva a ella y de que se mantenga dentro de un nivel de calidad que se exige a cualquier manifestación artística.
Porque ha de entenderse que por muy litúrgica que fuera una música ha de ser necesariamente antes que nada música; si así no fuera, carecería de sentido su uso para ese objeto. En nuestro tiempo y en nuestro país, el fer­vor renovador ha derivado hacia un afán de innovación, imaginando que la Iglesia ha de ponerse al día enterrando lo que ya no responde ­omento que vive el mundo. Pero se olvida que esa música, digna de enterrarse y de relegarse al museo, surgió, como hemos dicho, de una fe inconmovible en sus fundamentos de tal man era que las contingencias de la historia no pueden modificarla. Dicha música por lo tanto, que posee todos los atributos propios de un arte consumado, mantendrá su vigencia, así cambien las circunstancias históricas, políticas o sociales de la humanidad. Por lo demás, el Concilio Vaticano recién terminado ha dicho con precisión en el Art. 116 de la Constitución Conciliar que "prescribe el Canto Gregoriano afirmando q ue a él corresponde el lugar principal en la Liturgia Romana y agrega en el Art.117 que debe hacerse la edición típica de los libros publicados hasta ahora desde la restauración de San Pío X".
La supresión o el reemplazo del Canto Gre goriano y de la Polifonía religiosa que se pre­coniza en la avalancha reformista actual basán­dose en la idea de que es una expresión ajena al "pueblo" (de hoy, habría que agregar) o que no toda la comunidad puede cantar, sugiere algunas observaciones: Los errores de toda índole en que se ha in­currido en un afán de introducir como música litúrgica aires o ritmos populares y folklóricos se parecen a abusos semejantes que ocurrieron en el siglo XIV y XV y que fueron severamente sancionados por el Papado. Por otra parte, ¿es efectivo que el pueblo prefiere estos pastiches a la música auténtica­mente litúrgica? ¿No constatamos con sorpre­sa y satisfacción que en Chile, en donde existen innumerables coros, muchos de ellos constitui­dos por personas modestas, cantan con toda facilidad la Polifonía Religiosa Renacentista? ¿Por qué no podría hacer otro tanto la Iglesia? ¿Es indispensable que cante la comunidad entera dentro de la cual, necesariamente se contará con personas de buena y mala voz, de buen y mal oído, resultando a menudo un canto insoportable, desafinado y en consecuencia irrespetuoso? Efectivamente, la participación activa de toda la comunidad en el canto suele estropear el aspecto artístico que la liturgia exige a la música en el templo. Por otra parte, escuchar música es participar en el fenómeno musical; mayormente lo es en el caso de la música en el templo. La oración cantada, que eso es el canto litúrgico, por un coro pequeño pero adiestrado puede liberar a la comunidad de cantar activamente; no deja de orar quien recite mentalmente y con atención lo que el coro cante. Esto, mientras se capacita al pueblo con una mayor y eficiente formación musical. Celebramos con entusiasmo este libro que aparece revestido de gran autoridad. En efecto, no en vano su autor es destacadísimo miembro de la Jerarquía Eclesiástica chilena, profundo conocedor de la liturgia y hombre de gran cultura y preparación musical.
Esperamos que esta obra, que se hacía indispensable y que sin duda tendrá repercusión más allá de nuestras fronteras, logre su objetivo cual es el poner orden, equilibrio e indicar maneras de hacer en medio del indiscriminado afán renovador que más que nada demuestra un complejo de inferioridad. Que además sacuda la indiferencia y la ignorancia; que nuestras iglesias cuiden sus órganos, instrumentos que en su mayor parte yacen en lamentable estado de abandono y destrucción. Todo esto es más importante que las misas folclóricas o que otros intentos musicales igualmente inapropiados. Su Santidad el Papa Pablo VI ha dicho "que el prurito de la novedad no supere las justas medidas, que el patrimonio de la tradición litúrgica no sea ni descuidado ni olvidado; que si así sucede, no se podrá hablar de renovación sino de destrucción de la Sagrada Liturgia".

ALFONSO LETELIER LLONA
Profesor extraordinario de la Facultad De Ciencias y Artes Musicales Universidad de Chile
[1] Alfonso Letelier recibió el Premio Nacional de Música en 1968.

¿CÓMO ELEGIR EL CANTO ADECUADO?


¿Cuál es el criterio supremo para seleccionar los cantos en la Liturgia?

El criterio supremo para la selección de un repertorio es que los cantos, por sí mismos, PROCLAMEN-ANUNCIEN la fe de la Iglesia. Hay que comprender que no todo canto sirve para favorecer la experiencia religiosa ni mucho menos para expresar la fe común. Hay cantos que tienen un lenguaje inapropiado o están fuera de contexto.
Algunas veces se introducen cantos con el único y casi exclusivo afán de entretener a los jóvenes: deberíamos preguntarnos seriamente si esos cantos losayudan a expresar la fe común y a crecer en su formación humana y espiritual. Otras veces nos se distingue entre la música para cantar la fe en la Liturgia y la música para cantar la Fe en otro lado. A propósito de esta lamentable confusión, la Liturgia se ha llenado de expresiones sensibleras, subjetivas, singulares y doctrinalmente ambiguas. Así como ha existido un gran esfuerzo por desterrar de las celebraciones litúrgicas las prácticas devocionales (porque alteraban la naturaleza, el ritmo y el lenguaje de la propia acción litúrgica), así también hemos de desterrar, más por convencimiento que por imposición, aquellos cantos que estorban la confesión de la fe de la Iglesia; cantos que distorsionan y distraen, y a veces, hasta violentan a los fieles. "Los cantos han de ser educadores de la fe: cantos propios, cantos apropiados, cantos para los tiempos litúrgicos, para las grandes solemnidades. La primacía hay que darla al texto, porque los textos contienen esas expresiones de la fe; pero también hay que procurar que la música nos ayude o nos lleve a la mejor confesión de la fe. Por tanto, el canto litúrgico ha de ser confesante de la fe en su texto y también por su melodía"
Será muy útil, por último, tener presente aquella iluminadora y siempre vigente orientación del Papa San Pío X, hecha en su época, y repetida ahora con acentos de súplica: "No cantéis en la Misa, cantad la Misa".
1º: Criterio de sacralidad: que sena cantos compuestos y dedicados exclusivamente a la celebración litúrgica (Santa Misa, sacramentos, sacramentales, Liturgia de las Horas). Que no sean cantos con sabor profano, ni que éste se insinúe en las melodías con que viene presentada. Han de ser distintos de los cantos religiosos no litúrgicos.
2º: Criterio de religiosidad: la música es también para el hombre, no en cuanto lo entretiene o deleita, sino en cuanto le ayuda a adquirir y vivir una actitud religiosa ante Dios; expresar su fe, recibir la Palabra de Dios, dar gracias, rendir alabanza, expresar arrepentimiento, confianza, súplica, etc. Se deben desterrar los cantos que disgregan, disipan, desconcentran, molestan o entretienen sin más, en su letra, música o ejecución.
3º: Criterio de permanencia: hay que evitar la transitoriedad que es característica de la música popular actual. Es necesario decantar y difundir lo bueno. La calidad musical y la expresión literaria se han de remontar por sobre lo vulgar y prosaico.
4º: Criterio artístico: la música tiene que ser bella, con la belleza de la noble sencillez, al alcance de todos. Hay que evitar la música vulgar, facilona, intrascendente, lo simplemente rítmico y pegadizo que deja el corazón vacío.
5º: Criterio comunitario: los cantos deben corresponder a quien celebra: una comunidad concreta de vida, su cultura, su formación cristiana, su cultura musical, etc, siempre aspirando a un "plus", a enseñar ese "más alto", másuniversal, más católico.
6º: Criterio eclesial: los cantos deben expresar la fe de la Iglesia y estar al servicio del misterio que se celebra. Se han de escoger teniendo en cuenta que las celebraciones litúrgicas no son celebraciones privadas donde cada cual hace o dice lo que quiere, sino celebraciones de la Iglesia, culto público al cual somos invitados a asociarnos respetando las normas establecidas por la autoridad competente.

El Papa resalta el valor de la música sacra y la liturgia en la Iglesia

RATISBONA, 13 Sep. 06 (ACI).-
En el quinto día de su estadía en Baviera, el
Papa Benedicto XVI se dirigió a la recién renovada Basílica de “Nuestra Señora de la Vieja Capilla” de Ratisbona para bendecir el nuevo órgano del templo donde resaltó el valor de la música sacra y la necesidad de la activa participación en la liturgia para realizar la comunión eclesial y capacitarnos para la transformación del mundo en Cristo.

Basado en las enseñanzas del
Concilio Vaticano II, el Santo Padre destacó que tanto la música sacra como el canto “son más que un embellecimiento del culto”, pues “ellos mismos son parte de la acción litúrgica”. “La solemne música sacra con coro, el órgano, la orquesta y el canto del pueblo no es un agregado que enmarca o hace agradable la Liturgia, sino un importante medio de participación activa en el culto”, dijo.

Al referirse al órgano, “el rey de los instrumentos musicales, porque retoma todos los sonidos de la creación y da resonancia a la plenitud de los sentimientos humanos”, el Pontífice señaló que este instrumento es capaz de “dar resonancia a todas las experiencias de la
vida humana” y, trascendiéndola, “nos dirige a lo divino”, pues sus “múltiples posibilidades” nos recuerdan “la inmensidad y la magnificencia de Dios”.

Más adelante,
Benedicto XVI hizo una analogía entre el instrumento musical y la comunidad eclesial. En aquel, “los numerosos tubos y registros deben formar una unidad. Si de una parte u otra algo se bloquea, si un tubo está desentonado, en un primer momento esto es tal vez perceptible solamente a un oído entrenado. Pero si más tubos no están bien entonados, entonces se obtienen desentonaciones y la cosa se vuelve insoportable. También los tubos de este órgano están expuestos a cambios de temperatura y a factores de agotamiento”.

“Es esta una imagen de nuestra comunidad”, apuntó el Papa. “Al igual que una mano experta debe afinar constantemente el órgano, también en la
Iglesia, teniendo en cuenta la variedad de dones y carismas, necesitamos encontrar siempre de nuevo, mediante la comunión en la fe, la armonía en la alabanza a Dios y en el amor fraterno. Cuanto más nos dejemos transformar por Cristo en la liturgia, tanto más seremos capaces de transformar el mundo, irradiando la bondad, la misericordia y el amor de Cristo por los demás", explicó.

Finalmente, el Santo Padre expresó su deseo de que cuantos acudan a la Basílica, “experimentando la magnificencia de su arquitectura y su liturgia, enriquecidos por la solemne música y la armonía de este nuevo órgano, sean guiados al gozo de la fe”.

El Papa alienta a recuperar la música sacra

El Papa alienta la recuperación de la música sacra para la liturgia

VATICANO, 05 Dic. 05 (ACI).-
En un breve mensaje dirigido a los participantes de la Jornada de Estudio sobre la Música sacra que se celebró en el Vaticano por iniciativa de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Papa Benedicto XVI llamó a recuperar la música sagrada para la liturgia.
En el mensaje, dirigido al Cardenal Francis Arinze, Prefecto del Dicasterio, el Santo Padre observa que la jornada “corresponde a la voluntad del venerado Juan Pablo II, que en el quirógrafo emanado con ocasión del centenario del motu proprio ‘Tra le sollecitudini’, pidió a ese dicasterio que intensificase la atención al sector de la música sacra litúrgica”.

“Haciendo mía la intención de mi amado predecesor –sigue el Santo Padre– deseo alentar a los cultores de la música sacra para que prosigan ese camino. Es importante estimular, como pretende también este simposio, la reflexión y la confrontación sobre la relación entre música y liturgia, vigilando siempre sobre la praxis y la experimentación, en constante entendimiento y colaboración con las conferencias episcopales de las diversas naciones”.